lunes, noviembre 08, 2010

Todos tus amigos encontraron al Señor

Lo que me sucedió a mí fue algo peor. Yo encontré al Señor. O el Señor me encontró a mí.
No es que haya sido realmente atea. Hice la primera comunión un poco más llevada por la vanidad de lucir mi vestido blanco estilo Blanca Nieves pero con genuina alegría al sentir a Jesús en mi corazón. Claro que mi Fe  no logró superar la prueba de la confesión. Me parecía aterrador tenerle que contar mis pecados al cura del colegio. No es que tuviera una doble vida, mis pecados no eran, en ese entonces, mortales.  Era un problema de timidez, de falta de confianza. Así que cuando empecé la preparación de la confirmación le pregunté al cura el por qué de la confesión. La única respuesta que obtuve fue porque la Biblia lo dice. Años después trabajando en un colegio católico vine a enterarme de que a la confesión la llaman el Sacramento de la alegría. Pero vamos en orden. Ese “La Biblia lo dice” (además desprovisto de todo sustento; el sacerdote ni siquiera pudo ubicar el pasaje exacto) me llevó a una decisión que mis padres recibieron como  a mi boletín de calificaciones: con algo que finalmente no sé si era resignación o indiferencia.   
Resultado: no me confirmé. Entré a estudiar filosofía, abracé la razón y el libre pensamiento.  Renegué de mi Fe, deambulé por las calles, me embriagué, pequé. Supongo que en mi caso Dios es un germen, una enfermedad, algo que hace parte de mi estructura genética. Quise librarme de Él, quise negarlo, despreciarlo. Creer sólo en la materia, en el aquí, en el ahora, en lo tangible, como si esto no fuera también algo prodigioso. Pero Dios me persiguió con su bondad, me salvó de la muerte, me envió ángeles, me hizo ver fantasmas, escuchar la música de las esferas, sanó cada una de mis heridas, invadió todo con su luz. De mi paso por el ateísmo me quedó el respeto por la gente que no cree. ¿Cómo no entenderlos si quise con toda mi alma ser una de ellos? Sin embargo, no puedo no creer. Cuando estoy a punto de desfallecer, Dios me envía arco iris, personas que me dan respuestas, hasta me ha mandado plata cuando me he quedado sin lo de la buseta. ¿Cómo no creer en él? Hay gente que carece de oído musical, supongo que los ateos carecen de esa sensibilidad espiritual de los creyentes; de nosotros los creyentes, aunque me cueste reconocerlo.
Por creer, he tenido que aguantar burlas, miradas incrédulas de antiguos compañeros de juerga. Un novio que tuve, dijo que la razón por la cual yo creía en Dios era porque yo soy muy ingenua. Es posible, es posible que yo esté mal y los ateos tengan razón. Alguien dijo que Dios no era más que el amigo imaginario más popular. Sin embargo, Dios es para mí creación, es tan fuerte su amor, su guía, es para mí como el latido de mi corazón. Yo podría vivir sin Dios, podría negarlo y argumentar desde la razón que no hay ninguna prueba de su existencia, pero la vida con Dios está tan llena de belleza que no logro encontrar ninguna razón válida para perdérmela.